"La mujercita"

Posted: lunes, 6 de diciembre de 2010 by Cristhian Zamudio Calla in
1

Sabe uno cómo la miraba. Quizá mis ojos se asemejaban a ojazos de pulpo. Quizá mis parpados no oscilaban por temor a dejar de verla, segundos. Si los gritos de una enojada señora no retumbaban en mis oídos, probablemente hubiese seguido mirándola, a pesar de ya no encontrase allí.

Recuerdo que devolvió mi mirar con cierto recelo. Sabía quien era. Me había visto algunas veces, en el mismo lugar de siempre.

Quimera

Posted: domingo, 25 de julio de 2010 by Cristhian Zamudio Calla in
1

Eran sus ojos
pública invitación al embelezo

Eran sus labios
pequeños destellos
osados
bermejos

Eras tú
quimera incipente
Que nace
y en el instante muere

"Tercera persona"

Posted: domingo, 20 de junio de 2010 by Cristhian Zamudio Calla in
2

Porque soy una tercera persona...


Yacía en su cuarto. Caminaba de un lado para el otro sin poder detener el paso. Escalofriante, totalmente fuera de sí. Hacía unos instantes se encontraba algo más que lúcido. Incluso sonreía lujurioso mientras leía un libro de Harold Robbins.
Sin embargo, pronto le devinieron raros pensamientos que ,de vez en cuando lo atormentaban. Nunca había considerado a tales propósitos como posibles, siempre estaban ahí, a la deriva. Meditó. No había posiblidad. Era un tonto si seguía siendo partícipe de un juego en el cual no era el protagonista. "No hubiese cambiado" pensó. Y es que la insociabilidad, la represión, el estoicismo, no tienen comparación con el dolor,la desilución, la idiotez.

Era mejor estancarse, no había duda. Inventar; crear situaciones, contextos, estaba de más. ¿ Si la quería? Evidentemente. Nuestro ¿protagonista?, ¿antagonista? (espectador es la palabra). exteriorizaba sus pensamientos y quereres según sus instintos, no como "los normales".
Las palabras eran su mejor vehículo, pero insuficientes para lo que deseaba. Entonces se adentró a un ignoto terreno. Al terreno de las caricias, las miradas, los gestos... Cuando los adoptó se acostumbro a ellos. Lamentablemente para él, sucumbieron con una inmediatez no insospechada. Tan solo era espejismo. No existía ni el más mínimo indicio de amor.

Detuvo el paso. Buscó por debajo de su cama unos discos antíquisimos y polvorientos. Seleccionó dos de ellos y los llevó hacia su tornamesa. Aquella que solo era utilizada en momentos como éste. La musicalidad era precisa y repetitiva. Su rostro señalaba la nada. Se encontraba frustrado, idiota; pero aún así seguía queriéndola.Cantaba : "Cuando acalle la melodía dejarás de ser mía".

Espectador

Posted: sábado, 22 de mayo de 2010 by Cristhian Zamudio Calla in
3

El viento soplaba su cabello.Los ojos parpadeaban rara vez. Parecía inmutable. Sombría. No despegaba la mirada de aquella única ventana apenas abierta.Alcancé a mirarla por la otra mitad del cristal. Mantenía un sigilo sorprendente.Quizás era el único que la examinaba con cierto candor; los otros tan solo querían acercársele como fieras hambrientas.
Un anciano que, increíblemente se encontraba en pie, fue el primero en abordarla . Al igual que la joven, no podía alcanzar la baranda del bus.Entonces se ayudó con el precario bastón. Éste, no se desprendió durante el recorrido.

A pesar de la joroba, el viejo intentó manterse firme. Para ello, deslizó su brazo izquierdo hacia el mango del asiento.Su mano yacía tembloroza; a veces se producía un roce con los dedos de la mujercita, pero a ella parecía no importarle.
El contancto no era solo de manos ( o mejor dicho manitas) el viejo zorro se encontraba detrás de su presa. Y aunque apenas le hiciese cosquillas a "Glorita" como la llamaba silabeante -vaya uno a saber por qué- su alegría era inmensa. Sonreía apenas, pero sonreía.
Era dificil precisar su edad. No solo poseía una inmensa y blanquecina barba. Su cabello también era blanco y desmedido. Por ratos daba la sensación de que no era un viejo común y corriente, sino más bien un loco harapiento. El hedor que desde hace rato impregnaba en el atestado colectivo, parecía desprender de él y, lo corroboraban en cierta forma los pasajeros
del bus, quienes se tapaban las narices y hacían hórridos gestos.

Dejé de contemplarla por la ventana. Ahora mis ojos se fijaban en su perfil. Pude observar con claridad el revez de su nariz, tan pequeña como su silueta ; la mitad de sus labios, tan rosados como su exótica blusa. Era realmente hermosa. Mi paradero parecía ser ella.
De pronto volteó. Quise creer que había percibido mi mirada, pero me equivoqué ; a los pocos segundos volvió a su posición.Rauda y ahora algo impaciente. Su nariz ya no era la misma, parecía rugoza. Me sorprendió su aquietud. Incluso abrió la ventana en su totalidad.

Pese a su incipiente cambio, aún no hacía nada para alejarse del viejo. Seguía frunciendo la nariz, como tratando de encontrar qué pestilencia era la que emanaba del bus . Decidió apartar los audifónos de sus oídos.Los guardó en su cartera y volteó. Se abrió paso en medio de un grupo de personas silenciosas. Era el viejo. Estaba tirado e inmovil. Nadie se acercó demasiado a él por el olor tan ahuyentador. Todos los miraban con las narices tapadas. Todos, menos ella, que pareció no importarle lo que sucedía.
Ya casi bajaba del carro. Nuevamente la miré. Ella hizo lo mismo. Su mirada había cambiado por compleo. Me cautivo ya no tiernamente. Ahora había algo más. Un extraño erotismo. Me dirigí hacia el abuelo. Aún poseía esa sonrisa tan incierta. Tomé su bastón y le sonreí. Aún podía alcanzar a Glorita.