Los gatos tienen siete vidas; los gallos, siete muertes

Posted: miércoles, 20 de febrero de 2013 by Cristhian Zamudio Calla in
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Mácula, ya hecha una gata fiera.

Párvulo, el veterano gallo de la casa, ha peleado con Mácula, la pequeña gata de tres meses. No ha habido testigos. Solo vestigios, señales. Una pequeña alambrada cubierta de sangre. Un corral inusual y libre: tazones desparramados por el suelo; maíces, granos de arroz tirados. Y desde luego, Párvulo y Mácula, los dos animales que bauticé –acertadamente- con esos nombres.

La gata pasó por mi cuarto muy temprano. Empapada y con un ojo tapado, trotaba lento. Parecía -a primera vista que tenía sueño (¿o el que tenía sueño era yo?). Me preocupé por su estado y, de inmediato, llamé mi hermana menor para que la revisara.

- ! ¿Qué le has hecho a Mina? - me increpó-. -Nada. Encontré a Mácula andando por mi cuarto -, respondí.

Después de rato, y de conjeturar encontrones con ratas y gatos de otras casas, se nos ocurrió que tal vez pudo haber peleado con Párvulo, el gallo bravucón de nuestro tío.

No creí capaz a Mácula de aventurarse a luchar con ese gallo que, en más de una ocasión, escapábase de su jaula para perseguir por la casa entera a mis hermanas y a mí. Aunque, a decir verdad, el motivo real de su bravura era porque muy pocas veces su dueño le daba de comer.

Antes de acoger a Mácula como nuestra mascota, mamá amenazaba –aunque irónica- con tirarla al corral de Párvulo. “La voy a tirar para que el gallo se la coma, está muy flaco”… Y mi hermanita, que desde la llegada de la minina se autoproclamó su dueña, la abrazaba y se la llevaba a su cuarto.- “Mina, aquí estarás a salvo”, le decía.

Me dirigí el corral de Párvulo. Menuda fue mi sorpresa cuando observé que la pequeña alambrada estaba cubierta de sangre. Ingresé, con algo de temor, al espacio de Párvulo. Este, sin embargo, estaba maltrecho. Sus plumas blancas y duras se habían teñido de sangre púrpura. Lo miré. Sus ojos ya no fulguraban intensamente. Ya no quería escapar de su corral como antaño. Ya no quería perseguirme y menos cantar–kikiriká, kikiriká-. Sólo –y solo, solísimo- reposaba en el confín de su corral y, cual gallina, incubaba sabe uno qué. Porque, está claro, Párvulo no tiene huevos.

De aquel gallo bravucón y terco ya no quedaba nada. Ni la cresta. -¡Párvulo ha muerto!-, dije para mis adentros.

Mácula, en cambio, estaba más viva que nunca. A pesar de los picotazos que –presumo- recibió de Párvulo, se mantenía en cuatro patas. Comía sin esfuerzo lo que su dueña y mis otras hermanas le daban: Patitas de pollo, pescado frito, hasta un tarrito de leche Gloria.

Cuando mamá se enteró de la pelea, se sorprendió e hizo más de un cariñito a Mácula, la flamante gata fiera. “Hay que decirle a tu tío que mate a ese gallo de una vez”, dijo, ahora sí seria-

Y así fue. Mi tío supo, por boca de todos, que la gata de tres meses había derrotado al veterano gallo en una pelea no prevista. Dio, sin pensarlo dos veces, su autorización para que lo cocinen. “Me guardan una presa”, exclamó.

Al día siguiente, mamá preparó Caldo de Gallina (porque Párvulo demostró que fue una gallina) y Mácula, la nueva mascota de la casa, volvió a comer de él.

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