La princesa 'Chavela'

Posted: viernes, 22 de abril de 2011 by Cristhian Zamudio Calla in Etiquetas: , , ,
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Isabel Chimpu Ocllo llamábase una ñusta del incario, madre del Inca Garcilaso de la Vega. Conocía ya ese dato. Sin embargo, muchos de ustedes- especulo- han de ignorarlo, y no los culpo. Mi ex colegio adoptó aquel nombre como homenaje histórico. Y es que claro, había que conmemorar a la procreadora del famoso cronista mestizo. ¡Menudo homenaje que le hicieron!

Estudié pues en aquel colegio de nombrecitos peculiares. Por lo menos se sabía que ese ignoto personaje era una mujer. Isabel era un nombre formal y prudente, pero el apellido distaba mucho de serlo. Así que decidí llamar a la mamá del Inca Garcilaso, y también de los dispares estudiantes: “Chavela”. Chavela Chimpu Ocllo. Era un encaje perfecto.

¿Pero, quién era Chavela?
Hubo de pasar tres o cuatro años para que encontrara por fin una respuesta. Solían preguntarme amigos en común por mi colegio. Yo no les interrogaba en dónde estudiaban, pero ellos lo hacían resueltos. No contentos con mi respuesta volvíanse las inquietantes vocecitas y los ceños apenas visibles. ¿Y quién fue Isabel Chimpu Ocllo? Respondía después de rato. ¿Cómo? ¿No sabes quién fue Chavela? Y apartaban la mirada. Y silenciaban de repente.

Movido por las circunstancias, decidí  investigar en los libros de historia. La biblioteca de la escuela solía estar abierta, pero muy pocos la visitaban. Solo adentré una vez, y no precisamente para buscar algún libro. Mis amigos y yo requeríamos de un lugar que nos permitiera jugar a las cartas, y como el patio era escenario de profesores viandantes, la biblioteca parecía ser el cubil idóneo.

La bibliotecaria de la escuela era una señora entrada en años que, por lo general, dormía en un taburete. Como visitantes debíamos guardar compostura y, en efecto, lo hicimos. Hablábamos quedo, si reíamos nuestras manos debían acallar la risa. En suma, no hacíamos desmanes. Además, terminamos por leer en la biblioteca. Claro, no leímos libros, pero sí las cartas. Toda práctica de lectura al fin y al cabo es productiva.

En casa mi padre poseía una vasta colección de libros. Tomos de Historia, de Literatura, de Geografía... así que en ese sentido me fue fácil indagar. Cursaba el quinto año de media y recién tenía conocimiento real de la vida de “Chavela”. Que era una princesa inca, nieta de Túpac Yupanqui. Que contrajo matrimonio con un capitán español, cuyo nombre era homónimo del Inca mestizo.

No sucedió lo mismo con mis compañeros. Ellos desconocían la vida de Chavela. Quién será esa, decían con desdén. Algunos sí se atrevían a responder. ¿Esposa de Manco Cápac, no? Yo me mofaba de ellos. Sin justificación, por supuesto. Quién era yo para criticarlos, apenas y había descubierto a la princesa inca.

!Ay chavela! !chavela! !chavela! Cómo ha de sentirse si viviese la señora Chimpu Ocllo. Sus herederos uniformados yacían en una perpetua ignorancia. Les daba igual si aquella era una princesa o una montonera; pero cuando rivalizaban con los estudiantes de otros colegios, ahí sí se jactaban de ser Isabelinos. "¡Yo soy del Chimpu hasta la muerte!", decían. Algunos más avezados hasta se iban a las manos. Todo por defender el honor de su “querido” colegio.

La escuela era amplísima. Había en ella cuatro lozas deportivas, un pampón que fungía como un estadio de fútbol y salones incalculables, que también eran utilizados como escenario de nuestros juegos. En los confines, se encontraban los huertos y una cochera. A veces nos aventurábamos explorar aquellos lugares. Cazábamos abejas, avispas, abejorros y luego los exhibíamos como auténticos trofeos. En ocasiones, eran libélulas las que apresábamos con bolsones sofisticados. Valía la pena, éramos reconocidos por nuestros condiscípulos con vítores y muestras de afecto, en especial de las mujeres. A ellas les agradaban más las abejas.”Una abeja reina para otra abeja reina”.

En tres oportunidades me escapé de la escuela. A pesar de mi inquietud y descontrol, nunca me sedujo la idea de salir del colegio por otro lugar que no fuera el portón principal. Pero había veces que ya no se podía soportar más; en especial los días festivos. Siempre nos hacían formar filas en el patio central. Apretujados, aburridos. Mejor era irse, no había duda.

En mis dos primeras fugas vez salí con otros cuatro compañeros por la cochera de la escuela. Solía estar abierta al igual que la biblioteca. Los cuidadores ni se inmutaban. La tercera vez trepé la pared de la escuela cual hombre araña. Fue el momento más alarmante. Un auxiliar había captado el instante en el cual mis amigos y yo nos dirigíamos hacia una pared semiescalonada. Fui el último en escalarla. Para que no llegara a reconocerme, me aventé desde aquella pared que, presumo, debió ser de seis o siete metros. Caí a un arenal. El dolor ni lo sentí, estaba asustadísimo. !Gracias, Chavela, por salvarme!, dije para mis adentros.

Se dice por lo general que recordar es volver a vivir ; a veces – hay que decir- vivir es volver a recordar. Hoy domingo, fecha usual para los partiditos de fútbol, he vuelto a recordar con mis viejos amigos de escuela, las anécdotassiempre ricas e imperecederas de un pasado presente. Y aunque aún desconozcan la identidad de Chavela, pues, al menos saben quién fue el Inca Gracilaso de la Vega. ¿No es cierto?

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