Remenbranza de un amor esquivo

Posted: jueves, 4 de diciembre de 2008 by Cristhian Zamudio Calla in
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Era un sábado, lo recuerdo muy bien. Primeros días de la pre. En la víspera, los muchachos del salón habían concertado jugar un partidito de fútbol. Por su cercanía a la AV. Arequipa, los exteriores del estadio nacional eran el lugar propicio.

A la salida de clases, en la TRILCE, caminamos hacia el colozo. Eramos aproximadamente ocho chicos y nos acompañaban dos mujeres más. Una de ellas, Casandra, era de estar muy cerca a mí. Cada vez que me veía sentado solo, me hacía compañía y me hablaba cosas anodinas. Nunca antes una chica se me había acercado tanto como ella. A pesar de que solo atinaba a responderle vagamente ella seguía interesándose en mí. No sé por qué se comportaba de esta manera si yo pasaba casi inadvertido por todos. Me equivoqué. Para mi compañera yo era algo más que aquel chico tímido, callado, perfil bajo.
Me gustaba su voz, era dulce, muy agradable al oído, pero no sentía nada más que eso. No era fea, en realidad ninguna mujer lo es (aunque suene a cliché).

Caminamos alrededor de un cuarto de hora. Cuando llegamos estadio, uno de los nuestros pidió rivalizar contra un equipo de seis jugadores que se encontraban sobre la loza deportiva. Ellos asintieron.
Apostaríamos. El equipo perdedor pagaría una nada reprochable suma de dinero. De los ocho que estábamos saldrían seis. Regimos -cuales niños- para conocer quiénes salían. Para mi suerte, me quedé en el campo.
Ese partido fue inolvidable, a pesar de que los adversarios eran altos y corpulentos me las ingeniaba para hacer bonitas jugadas. Huachas por ahí, huachas por allá. ¡Golazos! , uno de taquito, hasta ahora lo recuerdo; otro, descontando a rivales. Repentinamente escuché la voz de Casandra. Ella me alentaba, emitía vítores reconfortantes. Me ruboricé.

Ese partido lo ganamos .Todos me felicitaron con fervor, incluso los corpulentos rivales. Y claro, ella también. Estaba sudoroso, chaposo. Sin embargo Cassandra vino hacia mí muy lentamente y me dijo al oído: Jugaste muy bien. Luego me dio un beso en la mejilla.
Esa tarde caminamos los dos por la Av. Arequipa, riéndome como nunca antes, hablando con mayor fluidez, sintiéndome feliz de ser aquel que muy rara vez fui. De pronto sucedió. Me besó. Ya nos encontrábamos en el paradero. Yo le hacía compañía y cuando vio que su carro se acercaba se inclinó hacia mí con una velocidad extraña y me abrazo fuertemente y me besó. Nuestros labios se mantuvieron solo segundos. Quedé impávido. Esto sólo duró un instante. Un instante que hoy permanece en el recuerdo.

2 comentarios:

  1. sabina says:

    ahh sii, esos malditos sentimientos de afecto y un poco de deseo, son a veces tan grandes que uno se ve en la necesidad de reprimirse...