'Puto' amor
Posted: viernes, 20 de noviembre de 2009 by Cristhian Zamudio Calla in
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Y dormía… apaciblemente dormía. No cabe duda que era el centro de atención. Los pasajeros que se encontraban en el bus no dejaban de mirarla. Incluso el cobrador volvía la vista hacia ella para adularla con enrevesadas palabras. Rusio Pola no fue la excepción. Los ojos de la mujer prontamente se convirtieron en sus ojos. Aún sin mirarla, nuestro protagonista había dibujado su rostro.
Con el transcurrir de los minutos, algunos de los pasajeros palidecieron. Surgió un inexplicable cansancio de verla. Sin embargo los que subían al carro, reiniciaban el miramiento, que era, hasta cierto punto obseso. Curiosamente estos tipos no percibían las miradas de adultas señoras, quienes atónitas, hacían muecas más horrendas que las de aquellos tipos.
De pronto despertó. Una leve, pero enigmática sonrisa saltó a la vista de quienes la miraban. Rusio pudo encontrar una correspondencia visual, pero rápidamente apartó sus ojos de los suyos. Pensó que la mujer no había estado durmiendo, sino más bien fingiendo. Entonces un incipiente rubor apareció.
Coincidentemente el paradero de la joven era el paradero de Rusio. Los dos personajes bajaron del carro. El hombre detrás de la mujer. Fue ahí donde ocurrió un hecho absurdo. La maleta de la muchacha quedó enganchada con la mochila del “aedo”. Al inicio, ella no se percató, en cambio Rusio sí, y se aprestó a retirarlo con un nerviosismo único. Luego le pidió disculpas. La chica (que por cierto poseía anteojos), volteó la cabeza y sonrió. Acto seguido emprendieron camino por una calle oscura. Rusio no la seguía. Él hacía el mismo recorrido diario. Decidió no caminar por la vereda, ya que la mujer transitaba por ahí. Entonces hizo de la pista su pasarella. Caminaba raudo, quería zafarse de ella, aunque muy adentro de sí la quería cerca, muy cerca.
Fue después de tres cuadras que Rusio volteó por una avenida. La mujer seguía de frente. El joven decidió mirarla por última vez e inexplicablemente encontró su mirada y su sonrisa. Rusio sintió una sensación ya vivida antes. No pudo dejar de pensar y musitar: “Se parece a ella”.
Con el transcurrir de los minutos, algunos de los pasajeros palidecieron. Surgió un inexplicable cansancio de verla. Sin embargo los que subían al carro, reiniciaban el miramiento, que era, hasta cierto punto obseso. Curiosamente estos tipos no percibían las miradas de adultas señoras, quienes atónitas, hacían muecas más horrendas que las de aquellos tipos.
De pronto despertó. Una leve, pero enigmática sonrisa saltó a la vista de quienes la miraban. Rusio pudo encontrar una correspondencia visual, pero rápidamente apartó sus ojos de los suyos. Pensó que la mujer no había estado durmiendo, sino más bien fingiendo. Entonces un incipiente rubor apareció.
Coincidentemente el paradero de la joven era el paradero de Rusio. Los dos personajes bajaron del carro. El hombre detrás de la mujer. Fue ahí donde ocurrió un hecho absurdo. La maleta de la muchacha quedó enganchada con la mochila del “aedo”. Al inicio, ella no se percató, en cambio Rusio sí, y se aprestó a retirarlo con un nerviosismo único. Luego le pidió disculpas. La chica (que por cierto poseía anteojos), volteó la cabeza y sonrió. Acto seguido emprendieron camino por una calle oscura. Rusio no la seguía. Él hacía el mismo recorrido diario. Decidió no caminar por la vereda, ya que la mujer transitaba por ahí. Entonces hizo de la pista su pasarella. Caminaba raudo, quería zafarse de ella, aunque muy adentro de sí la quería cerca, muy cerca.
Fue después de tres cuadras que Rusio volteó por una avenida. La mujer seguía de frente. El joven decidió mirarla por última vez e inexplicablemente encontró su mirada y su sonrisa. Rusio sintió una sensación ya vivida antes. No pudo dejar de pensar y musitar: “Se parece a ella”.